miércoles, 31 de enero de 2007

Eusebio García Luengo: 'Septiembre'


ABC Anuario / Almanaque
1º de enero de 1956


No conozco sino un Septiembre al que pudiera llamar biográfico, tanto sensorial como es­piritualmente; todo es uno. Hay que tener tiempo dentro, interior, personal, para que el tiempo de fuera se convierta en algo dentro, decisivo e íntimo también. El niño y el joven vencen a las esta­ciones, se proyectan en ellas como seres fuertes y distintos o, mejor dicho, se sumen en ellas, natu­ralmente, y, en consonancia, no se dan cuenta de su transcurso. Tampoco son conscientes (de)* los otros elementos naturales. Se precisa desprendimiento y distancia para advertir ciertas cosas.

El hombre maduro se somete al cambio de los meses, se deja penetrar por ellos. Habla del tiempo en todas las acepciones, cuenta con él, forma parte de su persona, le constituye. Posee más sentido, por ejemplo, hablar de cincuenta septiembres que de quince abriles para dar idea de la edad. En distintas significaciones, el hombre barrunta el tiempo. De muchacho era, precisamente en septiembre, cuando oía, más a menudo, sin comprenderlo: "Siento la mutación." Aquello (que)* es tierra en nosotros, como nos recuerda el poeta -alma de tierra añadiría-, en Septiembre se hace más tembloroso y sediento. Me he pasado en Madrid algunos de esos días, casi resquebrajado por la seca atmósfera, mirando (el cielo)* con ansia, olfateando sus nubarrones.

En los días de Septiembre añoro más mi pueblo extremeño, sus campos de la mañana y del atardecer, los ecos lejanos que rebotan de cerro en cerro, el airecillo, un poquito más fresco en los olivares, el olor del rebaño, los yerbajos resecos huelen dulce y acremente... Los labradores vuelven en lentas caballerías, cargadas con serones y aperos. "El sol está acalenturao", me decía una tarde uno de aquellos. La luz de la luna, a ras del horizonte, alargaba fantásticamente la sombra de los carrascos. "Lloviendo y haciendo sol, el tiempo del buen pastor", canturreábamos los chicos. El Septiembre la aceituna apunta, lejos todavía de granar. La bellota tampoco ha granado; su dul­zor cuaja hacia noviembre. En cambio, la mies está ya recogida y en el granero. La uva se vendimia durante estos días. Las ovejas se esquilaron al principio del verano. En este mes de Septiembre los labriegos descansan, si puede hablarse así. Lo aprovechan para casarse; las bodas se suceden y, en­tre medio, algún entierro. En mi tierra, Septiembre hace la vida y la muerte más próximas y apreta­das.

Alguna borrasca nos anticipa el otoño. Cuando se oye en la calle de la ciudad, ante las primeras lluvias: "Esto es bueno para el campo", suelo responder: "Y para nosotros también, para nuestras almas". Se siente entonces, más que nunca, el vaho que sube de la tierra mojada y su terri­ble voluptuosidad. Estos meses de transición son difíciles y están llenos de asechanzas. Nos entur­bian el ánimo con una melancolía parecida a la de la caída de la tarde. Septiembre acelera y espesa la angustia vespertina y, hallándose al otro extremo y teniendo en medio el verano, nos trae algo semejante a la astenia primaveral.

Como los días se acortan, siempre nos sorprende esa brevedad que parece repentina, y la luz comienza a sabernos a poco, tan cerca, sin embargo, los soles que todavía nos ciegan. A finales, estamos más indecisos que nunca, con una especie de inestabilidad y desorientación definitivas, no sabiendo qué camino tomar y haciéndonos las preguntas más trascendentales. Los primeros escalo­fríos nos sumen en reflexiones, pues un cielo tormentoso tiene, a veces, más poder que muchas pá­ginas de filosofía. Las mudanzas naturales gravitan sobre nuestra alma y preñan nuestra experien­cia.

Echo de menos en mi memoria el refranero de este mes, rico como el de cualquier otro, y me pesa guardarlo tan al trasfondo, aunque, desde luego, más a flor que las enseñanzas de la sabi­duría clásica que malaprendí de estudiante. Pero ignoro asimismo lo relativo a la paremiología, si bien sus dichos me rondan el oído y me afloran, espontánea y rápidamente, a la menor sugestión, de la misma manera que algunos viejos rompen a hablar en sus últimos años el habla de la niñez, que durante casi toda su vida tuvieron dormida e incluso olvidada.

Sí, por qué negarlo, he hecho mi desganada consulta a la antigüedad y me asomé distraí­damente a los signos del Zodíaco. Virgo y Balanza se reparten este mes y, en la correspondencia mitológica, Astrea, hija de Zeus y Themis, hermana del Pudor, trajo a los hombres sentimientos de justicia y de equidad, en la Edad de Oro, y marchó al Olimpo cuando aquellos se convirtieron en criminales. Pero me quedo con mi Septiembre personalísimo que he tratado y que me ha herido durante bastantes años. Ya, ¡(hace)* bastantes setiembres!.

E. G. L.

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* las palabras que aparecen entre paréntesis señaladas con el asterisco, nos las suponemos nosotros pues no se aprecian bien en la fotocopia.

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