miércoles, 31 de enero de 2007

Eusebio García Luengo: 'El Teatro de los Quintero'



Por Eusebio G. Luengo
Nueva Cultura, nº. 5, Valencia [¿1934?

Representándose diariamente en España alguna quinteriana deposición de golondrinas, siempre es actual ocuparse de su teatro, reciente aún, asimismo, la consagración impuesta por la beocia oficial. La mejor crítica sería insertar cierta defensa de estos autores en carta al Heraldo de Madrid con ocasión del homenaje, o las reseñas de las capitales de provincias, o una exégesis de Araujo Costa. Documentos que nos sirven ahora para aquilatar el juicio, ya que hay elogios elo­cuentísimos. Cualquier crítica teatral debe tener por postulado derribar con ataques incisivos y vio­lentos esta falsa tramoya, este hueco tablado. Es menester echar sobre tal podredumbre las últimas paletadas de tierra. En nuestro panorama escénico, índice de cerrazón e insensibilidad, nutrido de mitos y ranciedades estúpidas, el teatro quinteriano compendia todas las triquiñuelas, toda la zo­penquería, toda la subalterna habilidad de artesanía del teatro dialectal y del teatro burgués – em­pleamos la palabra sólo en su acepción de torpeza e irresponsabilidad estéticas y éticas -. La men­talidad monárquica que continúa en nuestro teatro tiene en los Quintero sus más solapadas y almi­baradas expresiones.


La más expresiva definición que he hallado: los Quintero son unos peluqueritos del teatro. Son al teatro lo que un modisto a la escultura o a la pintura. Duchos en figurines y rizos, componen patrones para señorita – dando a este vocablo todo el mimo, el dengue y la distinción con que se re­pite en nuestra sociedad y en nuestra escena -: líneas sencillas, pulcras, claras. Las que sirven para figurines, pero no para expresar el alma humana, que está hecha de tinieblas más que de claridades. Cuando el genio ha querido profundizar, utiliza el claroscuro y la deformación. Angustia, ignoran­cia, debilidad, locura, lo que hay en el fondo de nuestra conciencia...


¡Qué amañado y recompuestito se aprecia el arte de los Quintero! Como no nos mueve la intención de comentar globalmente el habilidoso taller de la carpintería quinteriana y como todos sus altarcitos con vistosas flores de papel son poco más o menos iguales, aprovechamos una come­dia, “La pícara vida”, que tenemos a mano, por si el lector más ampliamente documentado quiere generalizar, ya que en el arte si que hay motivos para llamar mataperros al que mató un a vez un pe­rro y para condenar a perpetuo ostracismo literario al delincuente que perpetua tamañas fechorías estéticas.


Aunque sería lo mismo si ejemplarizáramos en cualquier otra comedia la peculiaridad de este teatro. La última, “Martes, 13”, no desvía en un solo matiz el tono del conjunto. La misma ino­cencia, o sea tontería, mantenida con algún truquito rancio como el de súbitas apariciones de perso­najes absurdos, como cantar un criado lo que canta la señorita, etc. Ahora bien, algún mérito hemos de reconocer a este teatro. Lo malo tiene sus grados y condiciones. Todo se explica con la teoría de la genialidad al revés. Existen elementos artísticos buenos y malos. El conjunto de los malos, bien administrados, logran una obra de arte del mismo resultado que los buenos. Ello se enlaza a lo de que los extremos se toca....


Como dicen los tratadistas, un ejemplo aclara la cuestión. “La Papirusa” o “Sor Angélica” no son cualesquiera obras en el teatro y en el cinema. Son peores que todas. Pero su éxito se explica por la clase de su maldad. Por la distribución de lo malo. Por la avisada técnica con que manejan lo más nauseabundo. Tanto la película como la comedia encierran en sí cuanto de sentimentalón, de con­vencional, de falso, de folletinesco, de estúpido... puede imaginarse. El intríngulis radica en la pro­porción. ¿Existen terribles escenas entre madres e hijos; criados que se enriquecen y tiene que pro­teger a sus antiguos señores, y, además casar su hija única con el hijo de los aristócratas arruinados, con lo cual se aprovecha la comicidad del nuevo rico ante las costumbres de los ricos viejos y se pinta un tipo envidioso de los privilegiados de la sangre? ... Pues se emplea. Mas las hijas pueden tenerse como Dios manda. Esto, no obstante, sería muy aburrido para las mismas gentes que creen atenerse a lo que manda Dios. ¿Por qué vamos a presentar una hija de legítimo matrimonio cuando hay aventureras que paren y con apariencia de no tener corazón, luego resulta que si, que son ma­dres enternecedoras?... Como se ve, puede irse explicando el secreto de una obra mala. Tiene su fórmula. Para escribirla, contra lo que se cree, se precisa tanto talento como para la buena, sino que di­ferente.


Todavía se conmueven los pastores con el cuento de la buena ama de Gabriel y Galán, y lo que es peor, hipan las criadas aldeanas oyendo al tipo de vieja servidora que se sacrifica por sus amos, en una comedia donde se repiten esas estupideces de: “Tú, que tantos años has comido el pan de mi casa.” En estos días, Suárez de Deza, comediógrafo muy apañadito y cuco, en un desaforado fo­lleto que titula “La millona”, hace decir a sus personajes toco género de imbecilidades sobre la honra, cifrando la de la mujer en que no la acaricien antes del matrimonio... etc. Y Benavente, signo de lo que es la caducidad moral e intelectual babeante y temblona, elogia en una conferencia a la aristocracia española, “la más demócrata del mundo”. A mucha gente candorosa engaña esta espectacular y externa democracia, consistente en dar cigarrillos y palmadas a los humildes, pero nada más.


Refiriéndonos a los Quinteros, repetimos que lo primero fuera presentar cualquier otra comedia, por ejemplo, “Pipiola”, donde se demuestra que los ricos se casan con las pobres, o aquella donde el amor es imposible porque la protagonista había holgado, por imposiciones profesionales, con diversos varones. Volviendo a la “Pícara vida”, ésta nos hace ser lo que somos, buenos o malos, felices o desgraciados. Pero el amor y la piedad triunfan a veces, si se es “bueno en el fondo”. Lo dice la protagonista, con otras reflexiones muy propias de tales protagonistas y de sus creadores. Filosofía caserita, doméstica, de fogón. Que por lo demás, puede referirse a cualquier otra obra. Otra filosofía: las mujeres hablan mucho, pero también saben callar. Bueno.


En ser genuinamente quinteriana tiene la comedia su peor defecto. Todo es quinteriano: la falsa sentimentalidad; la bondad y generosidad encarnadas en una burguesita letrada, dechado de seducciones, que a otros nos parece inculta, mediocre y torpe; la visión optimista, de antojadizo y empalagoso color rosa, los tipos - tipos hechos -: el librero de viejo, la portera irascible; el militar severo y culto clasicista, en realidad - realidad de los autores en contra de los autores -, un zopenco y un fantasmón ridículo; el bohemio farsante y grandilocuente... Todo artificioso y convencional.


Al principio, el sainete. Detalles, pinceladitas, ocurrencias. Al aire libre es quizá amena esta musa, tiene eso que se llama colorido. Fotografía para turista. Pintoresquismo, superficie de lo callejero. Lo auténticamente popular nunca está en el sainete. Mucho menos en éste que se complica más tarde pretenciosamente. En cuanto a Criseta y Claudio –la pareja de turno- se encuentra, ya se ve lo que ha de pasar. Criseta se empeña en redimir a Claudio, con una tozudez digna de mejor causa. Mejor dicho, la causa es inmejorable para ambos porque ella quiere llevárselo a casa. Le redime enamorándose de él. Así hacen caridad muchas mujeres. Además, el tipo del pillo, del truhán, del bergante, del vago simpático, siempre ha sido muy del gusto de las mujeres. De las mujeres quinterianas, que son hoy las más abundantes, para prosperidad de estos melifluos confiteros y ruina del arte. Ella es ángel que pasa por el mundo haciendo el bien. El bien de ella, claro. Y de su hombre.


Los Quintero son los más acres censores y terribles demoledores de la moral y la sociedad actuales. En contra de lo que se proponen... Ellos creen que la verdad les abona. Su verdad se vuelve contra ellos. El verismo de sus obras los desmienten. Así su humanidad amable es, en realidad, ferozmente egoísta, cicatera, mezquina. Presentan, v. g., una rica caritativa, bienhechora, amiga de los humildes. La manera como es todo eso, la convierte en contra de ella misma, en lo contrario, en el odioso tipo de la burguesa sentimental. La veracidad del tipo se completa con la estupidez. Si la niña tuviera algún seso –en contra del sexo- no se hubiera fijado en otro repugnante tipejo social, vanidoso y vano, que a ella y a los autores se les antoja graciosísimo, talentoso, digno de mejor suerte que la él busca en su haraganería. Están hechos el uno para el otro. Los Quintero los crían y ellos se juntan. Ambos tipos pueden ser verdaderos. Pero ¡qué verdad más repulsiva! En defenderla y no acusarla está la inmoralidad de este teatro.


Triunfa el amor en el cuarto acto, ya que no en el cuatrocientos. Cuando la comedia se pone seria, ridícula. Bien los momentos accesorios, el relleno, el movimiento escénico. Al ahondar, comienzan a cegar con tópicos sensibleros en pozo vacío de las psicologías dramáticas. Allí no hay ternura, ni amor, ni pasión, ni humanidad. Hay dos mentecatos que juegan al escondite. “Ven, yo te redimiré.” “No quiero librarme de ti.” “¿Pero no decías que me amabas, y te vas.” – “Por eso.” “Me sacrifico porque te quiero.” (Caricatura inmediata.) Parece una artimaña más del tunante, para lograr lo único en que revela su talento: casarse con la muchacha rica. Porque ésa es otra. ¿Dónde está el ingenio del bohemio literato? En el timo y en ese gracejo superficial de los Quintero, que gusta a las mujeres de los Quintero. El talento literario que ellos pueden prestar. Nadie da lo que no tiene.


Hay un concepto literario, pintoresco, de la bohemia. Ya ha pasado. Ya sólo algunos escritores falsos cantan esa falsa bohemia. Una postura, una actitud, un gesto burgués – burgués, si – en la época en que parecía bien eso de epatar al burgués. Por debajo de la roña, de la mugre y de los piojos del bohemio no había nada frecuentemente. Un disfraz, una caracterización más en los tiempos de lo teatral – peor sentido – y postizo. Esta bohemia del XIX, sucia espuma del romanticismo, de Murguer – chalina, melena, pipa, buhardilla, hambre, Mimí... – la inventan los poetas y los escritores cursis. La inventan Carrere, y los Quintero. Porque claro que existe una bohemia eterna, la del hombre desorientado, desasido en un caos social donde todos no encajamos. La vida azarosa, dramática por necesidad, por triste y fatal necesidad. La lucha angustiosa en medio del mundo canalla del dinero y la fuerza... El arte, la juventud desprotegidos, abandonados... ¡Qué saben de todo esto los Quintero!


Por ellos no pasa el tiempo. No aprenden. O aprenden que no les tiene cuenta salirse de su lección. Indigna su optimismo cuando a todos nos ahogan los conflictos siderales y hay tanta sangre y tanta hambre clamorosas... Este teatro se compenetra con su público sin espíritu, sin pensamiento, que es lo que al hombre le concede la categoría de humano: la solidaridad con lo humano. Es inmoral, por el daño que hace en las sensibilidades adolescentes. ¡Qué inmoral, esta moral insincera, pacata, cobarde! Lo inmoral es ensalzar morales falsas y monstruosas...
Los Quintero dirigen unas pullas al arte de última hora. Es recíproco el desprecio entre ambos extremos. Pero hay un medio – el arte sincero y hondo – más cerca de la deshumanización vanguardista que de la pretendida humanidad y verdad retaguardista de los Quintero, reaccionarios y cavernícolas del teatro...

Eusebio G. Luengo

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