viernes, 12 de enero de 2007

ANTONIO BUERO VALLEJO


General Porlier, 36
28001 Madrid

Madrid, 28-1-94

Sr. D. José Mª Amigo Zamorano
Las Navas del Marqués

Estimado señor:

Hace casi dos meses que me escribió Ud. Acepte ante todo mis excusas por mi tardanza en contestarle. Diciembre y Enero son meses sobrecargados de correo, de tareas, de compromisos… Y también de peticiones semejantes a la que Ud. me formulaba.
Pero yo suelo contestar y, si bien con tanto retraso, así lo hago ahora.
Siempre escribí muy poco para prensa o revistas y, desde luego, mucho menos de lo que se me pide. No podré redactar el artículo acerca del influjo en el teatro del Romancero, tema que ni siquiera conozco bien; deberá disculparme.
Y vamos con mi viejo amigo Eusebio. Pudiera ser que Ud. Ya tuviera cerrado el número que le quiere dedicar; si es así ni siquiera es preciso que me lo diga. Si estuviera aún abierto, tal vez podría mandarle el folio que me pide, a condición de que me dé más tiempo todavía. Pues un folio parece fácil, pero para mi nunca lo fue, y tratándose de Eusebio, menos aún.
Ahora mismo dudo no poco de si mi contribución sería oportuna. Pues yo alcancé –más o menos- lo que él deseó también (incluso nos presentamos ambos al mismo premio Lope de Vega en el 49) y, por mucho que mis palabras fuesen cálidas y amistosas, el aspecto de su “olvido” como escritor, aun sin echar mano de tal palabra, me sería difícil de comentar.
Sin embargo, si Ud. me insiste y me informa de que tiempo tendría, quizá pueda mandarle algo.
Perdone la demora y reciba mi saludo cordial.

Firmado: Antonio Buero Vallejo

Antonio Buero Vallejo: EN EL GIJÓN ESTABA EUSEBIO


EN EL GIJÓN ESTABA EUSEBIO

Por Antonio Buero Vallejo

Hacia 1946 y reciente aún mi salida de la cárcel me llevó Ramón de Garciasol al Café Gijón: el local más vivo entre los que acogían en Madrid tertulias de escritores y artistas en aquellos años difíciles. García Luengo era habitual del Café y en aquel reducto, pero no sólo en él, gozaba de respeto. Narrador, articulista, se le consideraba más que nada un dramaturgo. Por supuesto sin estrenos, que tampoco entonces era fácil obtenerlos; reputado, sin embargo, por los contertulios más serios del Gijón y en otros ambientes literarios, como un gran autor de teatro llamado a remozar nuestra escena. Me interesó por ello enseguida, pues yo empezaba a escribir dramas por entonces; pero no era fácil conocer su teatro, escasa y fugazmente publicado. Mientras iba, poco a poco, dando con obras suyas, llegué a tener con él cordial aunque no íntima relación. Era desde luego contertulio incisivo y maduro –me llevaba unos años- a quien resultaba interesante escuchar por la desprejuiciada y contundente claridad de sus opiniones.
Había titulado yo La escalera a la obra, ya escrita, que fue más tarde mi primer estreno; cambié un tanto ese título al enterarme de que Eusebio era autor de otro drama así denominado, aunque –según comprobé cuando al fin pude leerlo- nada tenía que ver con el mío salvo la acción del primer cuadro en el rellano de una escalera vecinal. De otros títulos de textos suyos me llegaban referencias, como del de No sé, una novela que nunca pude encontrar, o como los de Entre estas cuatro paredes –obra de teatro que sólo muchos años después vino a mis manos- o lo de su otro drama titulado El celoso por infiel… Sí logré con el paso del tiempo la lectura de Los hijos, de Las supervivientes y de alguna otra de sus obras teatrales. Por aquellos años obtuvo también Eusebio el Premio Café Gijón por su narración La primera actriz, que leímos con placer y por cuyo galardón todos les festejamos de muy buen grado.
Si no recuerdo mal, él y yo nos habíamos presentado al Premio Lope de Vega en 1949, tan esperado tan esperado después de catorce años de suspensión. Tuve la suerte de ser el ganador, lo que, al parecer, no enfrió el trato amistoso que Eusebio me dispensaba, aunque cualquiera sabe lo que sentiría en su interior. Mejor o peor, inicié yo desde aquella fecha mi larga y discutida presencia en la escena española, mientras para García Luengo corrían los años sin llegar, que yo sepa, a levantar un telón. Pero Eusebio no carecía de partidarios para los que el ganador del Lope de Vega debería haber sido él. Esto siempre sucede entre amiguetes, pero yo, ante ellos como ante él mismo, no dejé de sentirme algo intimidado. Menos mal que nuestra relación siguió siendo cortés por ambas partes, aun cuando yo no dejase de soportar desde mis primeros estrenos por diversas vías –y como quien dice, hasta hoy mismo- reacciones airadas y desdeñosas descalificaciones procedentes de otros escritores, incluidos ciertos sucesivos autores noveles de teatro. Nada me habría sorprendido que Eusebio, a mis espaldas, me descalificase asimismo fríamente, dado lo determinante de sus juicios; pero, si así fue, supo ocultármelo. Maliciosos o de buena fe, apasionamientos tales son inherentes a la vida literaria y solo el tiempo los va reajustando. En cualquier caso, ascensos de unos y estancamientos de otros –por llamarlos inexactamente de algún modo- algo pesarían en el ánimo de García Luengo, y sólo por la fe en sí mismo, que esa, dentro de las inseguridades propias de todo creador, sí que poseía claramente, pudo sobrellevar con suficiente serenidad los reveses de la fortuna y aplicarles su irónico aserto de no ser él un autor de teatro. Pero no le faltaron admiradores que sí lo creían y que proclamaron sus calurosas corroboraciones. El muy considerado crítico literario y director de la tan acreditada revista Índice en aquellos días no vaciló en afirmar, en el prólogo por él dedicado a Las supervivientes en 1955, que en esa obra “el teatro español de nuestros días alcanza su cima más alta y por mucho tiempo, salvo por el mismo autor, difícilmente superable”.
No voy yo a juzgar aquí el teatro de Eusebio, mas sí creo que debo mantener la memoria de las cálidas adhesiones por él recibidas, en beneficio de un autor, vivo todavía, del que las nuevas generaciones apenas tienen noticia y que, durante decenios, significó no poco en el ambiente literario madrileño. Lo digo humildemente, pues, si su recuerdo está oscurecido, sospecho a menudo que, tarde o temprano, olvidos semejantes podrán devorarme. Ya hay quienes me llaman a veces ‘fósil’ o ‘plumífero mojama’. De ahí al silencio poco queda. Con intendencia de la calidad de la obra y de sus posibles resurrecciones futuras en el mejor de los casos, estos desvíos son moneda corriente para los escritores.
Reacio también a los sufridos por otros compañeros, me referí, ya en 1972 y en mi discurso de ingreso en la Academia, a su ensayo Revisión del teatro de Federico García Lorca, que años atrás él había tenido la gentileza de dedicarnos a otro escritor del Gijón y a mí, para diferir cortésmente de su severo dictamen; pero, sobre todo, para citar a su autor.
Rememorar ahora en las pásginas de una modesta revista la labor del escritor García Luengo invita a pensar que sobre él y por encima de circunstancias más o menos literariamente adversas, puede no haberse dicho la última palabra. Y nos lleva a comprender que al realidad de la historia literaria no se configura solamente con los ‘triunfadores’, quienes tampoco habrían conseguido lo que lograron fuera del marco, a veces polémico, que pudo ser para ellos el de un Café parecido al Gijón y unos compañeros de aventura literaria que por algo fueron prestigiosos aun cuando el cruel tiempo parezca arrumbarlos. Pues la historia literaria, como las de otras artes, es siempre y a al vez ‘intrahistoria’. Y en la de nuestros más ímprobos decenios, Eusebio, y otros como él, eran hondos componentes de esa historia completada con su ‘intrahistoria’; y deben estudiarse ambas a un tiempo para entender la verdadera realidad que formaron. Si así se hace se verá, tal vez, mañana, qué queda o qué renace de nuestras páginas.
Para entonces me gustaría darle a Eusebio un abrazo de felicitación, y que él me diose a mí. Pero ni él ni yo veremos tal tiempo, si es que sobreviene. Reciba sin embargo, ahora, el abrazo de mi amistad.

(*)Antonio Buero Vallejo es un connotado dramaturgo hace poco tiempo fallecido


APARECIDO EN 'CAMINAR CONOCIENDO', PÁGINAS 16 y 17 DEL Nº 3 MAYO DE 1994

TERESA G. BERENGUER

Madrid, 26 de noviembre 1993

D. José María Amigo Zamorano
Las Navas del Marqués (Ávila)

Estimado amigo:
muchas gracias por tu carta del día 22 de los corrientes.
Como me pides noticias lo mas pronto posible y conozco un poco de cerca esos apuros que conlleva la edición de una revista, te envío un romance que tenía escrito hace unos años y que espero sea de tu agrado.
Hoy mismo escribo a Leopoldo de Luis pasándole tu carta. Espero que pueda complaceros. Si no lo hiciera, sería por estar ocupado o tener algún motivo que se lo impida, pues es un hombre extraordinariamente amable y cordial.
Si publicas el romance, si me gustaría que me enviaars dos o tres revistas para mandárselas a mis hermanos.
Muchas gracias por tu invitación para colaborar en esa revista que me gustó mucho.
Os deseo mucho éxito en el futuro y te envío un cordial saludo.

Teresa Berenguer

martes, 9 de enero de 2007

Teresa Berenguer: ROMANCE de la NIÑA y el TORO

Por Teresa Berenguer

Ella nunca entendería
por qué quisieron matarlo.
Cuando le hablaron de fiesta,
pensó en su vestido blanco
y que al otro le pondrían
deiz cascabeles dorados
para que todos supieran
de su elegancia y su rango.
Cuando ella lo vio nacer,
tocó su pelo de raso
y un olor a mansedumbre
se extendió por el establo.
La niña le daba leche
en el cuenco de sus manos
y el becerro agradecido
lamía sus pies descalzos.
Ya no juega la zagala
con su muñeca de trapo,
ahora soltó sus trenzas
y, en su paseo diario,
cuenta sus cuitas al toro,
su gran amigo del prado.
Cuando le hablaron de fiesta,
ella pidió el mejor palco
y se adornó con claveles
y un par de pendientes largos.
Pronto suenan los timbales.
El silencio se hace el amo
volviendo tensos los rostros
hacia el toril sentenciado.
Sale, majestad y fuerza,
a la arena del cadalso.
La nobleza se da cita
con verdugos a caballo
y los capotes al vuelo
lo acosan por los costados.
El toro ya no confía,
se ha vuelto bravo
embistiendo con coraje
todo lo que halla a su paso,
se pide el cambio de tercio
y el torero engalanado
cambia la espada de broma
por el acero templado.
Saluda a la Presidencia,
marca unos medidos pasos
y cita al toro de lejos
con el estoque inclinado.
La niña que se da cuenta,
lanza al toro por su nombre
y el animal, ya sangrando,
olvida estoque y torero,
arrastra su cuerpo manso
y se detiene doliente
frente a su amiga de antaño.
Las lágrimas se hacen eco
del público emocionado
y hay bandadas de palomas
agitadas por mil brazos.
El torero pide gracia
para indultar al astado
y, cuando está concedida,
la niña corre a su lado.
Ella sola se lo lleva
por el pasillo empedrado.

(*)Teresa Berenguer es poetisa

APARECIDO ESTE ROMANCE EN LA PÁGINA 31 DEL NÚMERO 3 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO'

ROMANCES de DELGADINA


ROMANCE DE DELGADINA


(Según la versión de Doña Julia Haro López de San Bartolomé de Pinares que la aprendió siendo niña de su madre y de sus tías)


Un rey tenía tres hijas,

Tres hijas como la plata.

La más pequeña de ellas

Delgadina se llamaba.

Un día estando a la mesa

Su padre la remiraba.

--¿Qué me miras, padre mío,

que me miras a la cara?

--Te miro una cosa hija

que has de ser mi enamorada.

--No lo querrá Dios del cielo

ni la Virgen soberana

que mi madre sea suegra

y mis hermanas cuñadas.

--Alto, alto, mis criadas,

a Delgadina matarla.

Y si no la queréis matar,

Encerrarla en una sala.

No la deis de beber,

Ni tampoco de comer

Mas que un poco de agua turbia

Y una sardina salada.

Han pasado siete días.

Asomada a una ventana

Ha visto a sus hermanitas

Bordando juegos de plata.

--Hermanas, si sois hermanas

Darme una jarra de agua,

Mas de sed que no de hambre

A Dios entrego mi alma.

--Retírate Delgadina,

Delgadina desgraciada,

si mi padre lo supiera

la cabeza nos cortara.

Delgadina se retira

Triste y desconsolada.

Con lágrimas en los ojos

Iba regando la sala.

Han pasado siete días.

Se ha asomado a otra ventana.

Ha visto a su tierna madre

Peinando sus bellas canas.

--Madre, si usted es mi madre,

deme una jarra de agua,

mas de sed que no de hambre

a Dios entrego mi alma.

--Retírate Delgadina,

Delgadina desgraciada,

que por ti no como en mesa

ni tampoco duermo en cama.

Delgadina se retira

Triste y desconsolada.

Con lágrimas en los ojos

Iba regando la sala.

Han pasado siete días.

Se ha asomado a otra ventana

Y allí estaba su padre.

--Padre, si usted es mi padre,

deme una jarra de agua,

mas de sed que no de hambre

a Dios entrego mi alma.

--Hija yo te lo daré

si tu cumples mi palabra.

--Padre yo la cumpliré

aunque sea de mala gana.

--Alto, alto, mis criadas,

a Delgadina agua darle;

unas con jarras de oro

y otras con jarras de plata.

A llegar a Delgadina

Ya nada le hacía falta:

Una fuente había a su lado

Y ya estaba amortajada.


(ROMANCE APARECIDO EN EL Nº 3, PÁGINA 25 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO')

ROMANCE de GERINELDO


ROMANCE DE GERINELDO


Gerineldo, Gerineldo.
Gerineldito pulido,
Quién te pillara esta noche
Tres horas a mi albedrío.
--Como soy vuestro criado,
señora, burláis conmigo.
--No me burlo, Gerineldo,
que de veras te lo digo.
--¿A qué hora, gran señora,
me vengo a lo prometido?
--Entre las doce y la una,
cuando el rey esté dormido.
A eso de la media noche
Al cuarto la infanta ha ido.
Se quitó las zapatillas
Para así no formar ruido.
Se ha levantado la infanta
Y en su cuarto lo ha metido.
Se pusieron a luchar
Como mujer y marido.
Competraron tan bien
Que se han quedado dormidos.
El rey que estaba en sospecha
Al cuarto la infanta ha ido
Y los ha visto a los dos
Como mujer y marido.
--No te mato, Gerineldo,
que te crié desde niño.
Si mato a la infanta
Quedará el reino perdido.
Os pondré en vuestro palacio
Como mujer y marido.
Y aquí les dejo la espada
Que les sirva de testigo.
Se ha levantado la infanta
Tres horas el sol tendido.
--Levántate, Gerineldo,
mira que estamos perdidos
que la espada de mi padre
con nosotros ha dormido.
--¿Adónde me iré yo ahora
para que no sea prendido?
--Vete por esos jardines
cortando rosas y lirios.
El rey que estaba en sospecha
A Gerineldo ha salido.
--¿Qué te pasa Gerineldo
que estás tan descolorido?
--Vengo por estos jardines
cortando rosas y lirios.
El olor de la azucena
Los colores me comido.
--No me niegues Gerineldo
que con la infanta has dormido.
--No lo niego, mi señor,
aunque me de gran castigo.
--El castigo que os daré
ya lo tenéis prometido:
que os marchéis a casa aparte
como mujer y marido.
--Tengo mi palabra dada
por el Cristo de la estrella.
Mujer que conquista a un hombre
El no casarme con ella.

(*DICE EL PIE DEL ROMANCE: AGRADECEMOS A DOÑA TERESA ALVAREZ LOPEZ, QUE NOS PROPORCIONÓ EL CASSETE JUNTO CON D. FRANCISCO GARCIA SEGOVIA. REVISÓ LA LETRA D. SANTIAGO ROBLEDO QUE CANTA EL ROMANCE. TODOS ELLOS NAVEROS. PUSO LA MÚSICA DOÑA LOLA DE CEA RAPP, PROFESORA DE MUSICA.)


(Aparecido en el número 3 de la revista 'Caminar conociendo', PÁGINAS 21 y 22)


Unas Letras de Fernando Quiñones


Madrid, Dic 18. 93

Amigo Amigo (justa la redundancia):

Recién vuelto de Cádiz doy con la suya, encuentro su foto en C. C., veo con agrado la revista y le mando para ella este inédito de "Las crónicas del Yemen" con la fotillo y el curriculum de rigor. Otrosí, programa de la Bibca (biblioteca) de Cerdedilla*, metida ahora a recobrar estas galas a cuya coordinación contribuyo. En esas Navas veraneé, con harto gusto, dos años consecutivos de los 60 y en pleno pueblo (nada de Ducales) No he vuelto y el recuerdo es excelente.

"Las crónicas de Al-Andalus" tuvo una segunda parte, "Ben Jayan", en la misma colección, e incluso una prolongación en "Memorandum", libros de que , si dispusiera, le enviaría con gusto. "Las crónicas del Yemen" andan en semejante línea arábiga.


Un abrazo, ya de tú, con el deseo de unas redondas Fiestas y un cabal 94.


Firma: Fernando Quiñones

*Llegará por separado
..............................................................
"En esas Navas veraneé, con harto gusto, dos años consecutivos de los 60 y en pleno pueblo (nada de Ducales) Y no he vuelto y el recuerdo es excelente"

FERNANDO QUIÑONES: "La Boda en Sana'a"


Por Fernando Quiñones

Soledad de la cuesta, desde el hotel a la ciudad en sombra,
y a un lado de la noche, bajo el vasto entoldado
con polvo y música nativa, donde sólo los hombres festejaban
la ceremonio ya, y os ofrecieron algo que no aceptaste ni recuerdas,
uno de los amigos te contóqué hacía allí esa veintena de árabes,
tan enzarzados como los verías, lejos pero en lo mismo, horas después,
entre una muchedumbre que el poniente ofuscaba.

Junto al cercado lago de cabras y camellos
en la agrietada carretera, llenaba la pendiente el estridor
de tamboras, panderos, chirimías, que años atrás te sedujeran
en otra boda islámica y a otro lado del mundo, altos Udayas
sobre el estuario de Rabat.
"¿Paramos para ver?", propuso alguno.
Y aunque tampoco ahora te acuerdes, metido ya en la multitud,
antes de darte a un repentino deseo de cantar, quizá te preguntases
un momento que, sin estar bebido, o muy alegre, o en busca tal vez
de lucimiento vano, a qué pedirle el astroso micrófono al cantor
y hacer callar los músicos para soltar allí crispadamente
una copla dolida de tu remoto Sur, cinco versos apenas que nadie iba a entender
y que no entendió nadie pero que sí calaron de algún modo la fiesta
según el clamoreo, las voces y alaridos
cariñosos que seguirían.

Ya te lo dirás siempre: ¿qué hilo y a través
de tierras, mares, tus palabras unió, tú música, a las de aquellos hombres y mujeres?
¿Qué acabaría, por suerte, de no salirles tan del todo
a sus muy cristianísimos Ysabel y Fernando y graves sucesores?

(inédito de 'Las crónicas del Yemen')
TOMADO DE LA PÁGINA 35 DE 'CAMINAR CONOCIENDO' Nº 3