lunes, 9 de noviembre de 2009

José Mª Amigo Zamorano: Por fin leímos Hector Fieramosca

Hemos terminado, por fin, la novela 'Hector Fieramosca' de Mássimo D'azeglio. Libro que compramos hace años, en algún puesto de feria, creemos que en Irún; puestos que venden barato ediciones defectuosas que las editoriales marcan con pintura el canto del libro.

Habíamos empezado en varias ocasiones la obra de D'azeglio y la abandonamos tras leer unas pocas páginas.

Está bien llevada la trama. Y, según dicen los entendidos, muy ajustada a la historia real y con personajes históricos también reales. Bien ambientada, eso si. No es un tema, y un estilo, que nos llene, a nosotros, precisamente, ahora. Y tampoco la consideramos una obra tan maestra como para poder extraer muchas lecciones.

Lo que si está clara es la intención de enaltecer a Italia como nación. De modo que, sin conocer demasiado los avatares de la historia de Italia, nos parece parte de un movimiento nacionalista que, luego, Garibaldi y otros, la empujaron, transformándola en estado independiente, por encima, claro, de de sus ciudades estado en la que estaba empantanada. En este sentido 'Héctor Fieramosca' aglutina todas las virtudes y todas las voluntades de superación de esas divisiones territoriales. En él se acrisolan las ansias de combatir a los invasores franceses y españoles. Si bien, no sabemos por qué, el odio se dirige, en primer término, a los franceses, a quienes, en combate de honor, derrotan en toda regla, quedando así salvada la gloria y el orgullo italianos.
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Hemos destacado, dentro de la novela, unos párrafos que nos han parecidos extrañamente realistas para el tono general de la obra. Realismo que, con siglos de antelación, pudimos leer en 'El Lazarillo de Tormes' de la literatura española. Se trata de diferenciar y resaltar, por encima del fervor religioso y caballeresco de las clases dominantes, la nobleza y alto clero, alejados de necesidades perentorias, la lucha por sobrevivir de una parte del pueblo italiano, quien aprovecha cualquier ocasión para comer, aunque sea en medio de la peste; es mas, deseando, incluso, que la ciudad se cubra de cadáveres, si con eso alivia su estómago.


Esos párrafos los hemos titulado, si la memoria no nos falla, 'El sepulturero (¿o enterrador?) hambriento'.

Y por ahí deben andar.

En algún blog.

Y con la autoria, no faltaba mas, de D. Massimo D'azeglio.