martes, 13 de febrero de 2007

Caminar Conociendo, Nº 3: 'Titulares de Portada'


Editorial:
Poder Bibliotecario, por H. Escolar
Vicente Aleixandre:
Un Doble Aniversario
Años 50:
Literatura e Historia
Al habla con E. García Luengo
Escribe: A. Buero Vallejo
Entrevistamos a José Luis Merino
Historia, Leyenda y Las Navas
Romances:
Gerineldo y Delgadina
Nuevas colaboraciones:
T. Barbero, T. Berenguer, V. Crémer, G. Glez. de Andrés, J. C. Iguerabide, J. Israel Garzón, A. López Sánchez, L. de Luis, J. Mª Páez, F. Quiñones, C. Ruiz Bravo-Villasante, R. Zamorano

Editorial: 'Poder Bibliotecario' por Hipólito Escolar

Biblioteca de Alejandría

Editorial: Poder Bibliotecario (*)
Por Hipólito Escolar


Es indudable que la lectura enriquece el vocabulario personal, aumenta los conocimientos, desarrolla la inteligencia, facilita la necesaria sociabilidad del hombre, conforma la personalidad individual, satisface la curiosidad, proporciona respuestas a posibles dudas, distrae y gratifica con momentos placenteros.
Si esto es así, ¿por qué los hombres no corren tras los libros, llenan las bibliotecas y pasan la mayor parte de sus ratos leyendo? ¿Por qué solo leen libros la mitad de los habitantes de los países cultos? ¿Por qué un porcentaje elevado de los universitarios no lee nunca o casi nunca libros? Si es escasa la afición a la lectura de los libros, el hecho no ha preocupado en España a los educadores, que sería, a primera vista, los preocupados en provocarla, ni a los políticos, que debían diseñar medidas para aumentarla, ni a la gente en general, los posibles beneficiarios.
Recordemos que a lo largo de la historia, sólo una minoría muy exigua, la responsable de las creencias religiosas y de los valores morales, ha recurrido a la lectura de los libros. La mayoría, los que acataban el orden establecido, se ha tenido que conformar con la palabra oral para su formación y entretenimiento. Es más, en muchos siglos, la lengua escrita, por ejemplo el latín, fue distinta de la hablada: lenguas romances o vernáculas.
La lectura se generalizó a partir del siglo XIX como consecuencia de las revoluciones francesa y americana, que obligaron al pueblo soberano a participar en las decisiones políticas, con la consiguiente obligación de conocer las diferentes opciones. Los gobiernos tuvieron que preocuparse del desarrollo de la enseñanza en los niveles elementales y medios, y
Brotó con gran fuerza la prensa al servicio de esta idea y la literatura popular para justificar el empleo del aprendizaje de la lectura en personas de formación elemental.
Hoy, cuando hay una tendencia general a la alfabetización universal y cabía esperar que la casi totalidad de los hombres serían lectores de libros, nos encontramos con el hecho de que esto no es así porque han aparecido otros instrumentos accesibles y cómodos que solucionan al hombre de nuestros días las necesidades de entretenimiento e información, que proporciona el libro. Me refiero principalmente a los modernos medios de comunicación, como las grabaciones audiovisuales y la radio y la televisión.
Cabe pensar que el libro ha cumplido un ciclo histórico y que unos con nostalgia y otros con indiferencia podíamos dejarlo morir. Personalmente pienso que no debe ser así, que el libro es el recurso, a lo mejor el último cartucho, para evitar la disolución de la personalidad individual en la futura sociedad que lleva camino de parecerse más que a las sociedades históricas a las sociedades de insectos.
Los miles de libros que anualmente se publican, que por su inmensa variedad permiten escoger y leer lo que a cada uno le place, no lo que otros le dictan, representan la libertad de información frente a la televisión y la radio, que trasmiten mensajes uniformes seleccionados, no por el oyente, sino por minorías interesadas en propagar determinadas actitudes que terminarán por imponer unos pocos criterios y unos rígidos valores de la inmensa muchedumbre.
Pero el libro actual, y no es la primera vez que sucede en la historia, le corroe el vicio original que le aleja del lector: la valoración literaria, una tiranía impuesta por otra minoría, más interesada por el autor y por la creación, que por el lector y por la lectura. Cuando el autor escribe para la gente, no precisa ni del crítico ni del profesor de literatura para que se produzca la comunicación. A veces el autor no busca la comunicación con las gentes, sino la vanagloria, un puesto en la historia de la literatura y, a veces no tiene nada que decir a las gentes y recurre al artificio, a la pura forma. En estos casos, los críticos y los profesores de literatura se regocijan comentando la obra y el autor se siente orgulloso de haber despertado el interés de los especialistas.
La tiranía académica, iniciada por los bibliotecarios de Alejandría cuando crearon lo que después se llamó el canon alejandrino, es decir, las listas de los más notables cultivadores de cada género literario, ha impuesto a los bibliotecarios una valoración jerárquica, de las obras literarias, totalmente alejada de los gustos y apetencias de los lectores. Los resultados están a la vista: pocas gentes frecuentan las bibliotecas públicas y las obras mejor calificadas por la autoridad académica, las más abundantes en los estantes, normalmente permanecen impolutas, casi sin estrenar.
Por ello me gusta indicar a los bibliotecarios que, al seleccionar los libros no hagan caso de las valoraciones académicas, como no lo deben hacer de las religiosas y de las políticas, aunque las tengan en cuenta. La autoridad para ellos debe ser el lector que, además tiene la libérrima libertad de leer, en el caso de que le interese leer, lo que quiere y cuando quiere.
A la pérdida del complejo de inferioridad padecido por los bibliotecarios frente a los profesores y críticos de la prensa que sacan pecho gratuitamente, pues muchas veces alaban lo que no entienden ni las agrada, y la consecuente organización de los fondos de las bibliotecas conforme a criterios profesionales, es decir, atentos a las necesidades, preparación y gusto de los lectores, llamo yo poder bibliotecario.
Nuestra función es pontifical tendiendo puentes entre el autor y el lector, pues se encuentra en el canal de la comunicación y tiene como objeto conseguir que cada lector encuentre los mensajes que más le puedan apetecer y necesitar. No es una función, como pretendía Ortega en ‘La misión del bibliotecario’, reguladora de la producción y un filtro interpuesto entre el torrente de los libros y el hombre, porque el bibliotecario no puede ser un juez, un censor que califique a los libros de buenos y malos.
El poder bibliotecario, ofreciendo en sus centros una gran variedad de libros a una gran cantidad de personas con formación e intereses diversos, puede dar un cambio radical al rumbo lamentable a que se encamina la sociedad, favoreciendo a los autores que dicen algo valioso, ofreciendo un rico y variado muestrario de ideas y facilitando la formación de criterios personales independientes, que han de corregir la tiranía de los medios de comunicación de masas y consolidar una sociedad de personas independientes y responsables.

Hipólito Escolar
(*) Hemos cedido el editorial al ilustre biblioteconomista, que fue director de la Biblioteca Nacional, Hipólito Escolar. Esto no quiere suponer que estemos al cien por cien con sus ideas. Sus posiciones son suyas y nada más.

DE LAS PÁGINAS 3-4 DEL NÚMERO 3 DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’ DE MAYO DE 1994

Caminar Conociendo nº 3: 'Staf'

Dirección y coordinación de 'Caminar Conociendo' nº 3:
José Mª Amigo Zamorano
Coordinación periodística:
Susana Perales
Redacción y maquetación:
J. Mª Amigo Z.
José Bernaldo de Quirós
Eugenio Cabo López
Amparo Moreno
Puri Santamaría Luelmo
Ilustraciones:
Ricardo Zamorano
Fotografías:
M. Argazkia
Rafael Méndez Blázquez
Guillermo Torres
Pintura de Portada:
Arturo Martínez
Contraportada:
Collage biblioteca
Diseñaron el número 3:
José Mª Amigo Zamorano
(maestro de primaria)
Lola de Cea Rapp
(profesora de música)
Antonio José Escudero Ríos
(escritor y editor)
Javier García Jiménez
(técnico ventas)
Hugo Marcos Blanco y Iván Marcos Blanco
(estudiantes universitarios)
Pilar de Miguel Moreno
(psiquiatra)
Susana Perales
(periodista)
Puri Santamaría Luelmo
(encargada de la biblioteca)
Y las recomendaciones escritas de Isabel Escudero que no pudo asistir personalmente a la reunión
Distribución:
1.500 ejemplares
Edita:
Junta de la Biblioteca
Depósito legal:
AV - 176 - 94
Imprime:
Grafi 3

lunes, 12 de febrero de 2007

Leopoldo de Luis: 'VICENTE ALEIXANDRE: UN DOBLE ANIVERSARIO'


VICENTE ALEIXANDRE: UN DOBLE ANIVERSARIO

Por Leopoldo de Luís

Para mí, el nombre de Las Navas del Marqués se une a la biografía de Vicente Aleixandre. Ya se ha contado en distintos libros el hecho crucial del encuentro, durante el verano de 1917. Dos estudiantes de 19 años pasan juntos un mes en Las Navas y charlan de literatura. Uno de ellos, Dámaso Alonso, estimula al amigo, Vicente Aleixandre, para que aborde lecturas poéticas. Quizá haya quedar la razón a otro poeta, León Felipe, cuando escribió que los poetas no tienen biografía, tienen destino. Parece que ese destino visitó Las Navas aquel verano para diseñar el mapa no solo de un poeta, sino de la misma poesía española, porque la poesía española ha sido distinta después de Vicente Aleixandre. Si aquel muchacho, veraneante de Las Navas, no hubiese escrito nunca, la poesía española sería diferente.
Uno de los hitos de la lírica castellana cumple ahora, en 1994, el medio siglo. Sombra del Paraíso, probablemente el libro más conocido de Aleixandre, se publicó en mayo de 1944. Se escribió entre otoño de 1939 y otoño de 1943.
La revolución formal, que crea e impone nuevos ritmos, la belleza expresiva, la originalidad de las imágenes, convierten este libro en una joya de la poesía de todos los tiempos. Tres impulsos lo crean o, por mejor decir, con tres aspectos nos sorprende: los recuerdos luminosos de la infancia, vistos como un paraíso perdido; la sensación de pérdida de una edad de oro como infancia del mundo; la conciencia de la unidad cósmica, de una creación armoniosa o edén pre-adánico.
Sombra del paraíso vino a ser el milagro poético de la postguerra. Por ese libro la poesía volvió a ser hermosa, sin ser sólo hermosura.
No debe pasar este aniversario: medio siglo de la aparición de Sombra del paraíso, sin que recordemos y rindamos homenaje al altísimo poeta. La primera edición se acabó de imprimir en la imprenta de Silverio Aguirre, en Madrid, calle de General Álvarez de Castro, 40 –para ediciones Adán- el 23 de mayo. Volumen de 220 páginas, formato 17x23. Se tiraron 1.750 ejemplares, de los cuales 1675 en papel de edición y 75 en papel de registro. La cubierta, en cartulina color crema, se imprimió en verde, con una viñeta del pintor Eduardo Vicente. El mercado de las obras poéticas es tan feble, que para la primera edición de una de las claves de la poesía castellana no se previeron ni dos mil ejemplares. Con todo, su importancia era tal, que cuatro años más adelante, en 1947, una gran editorial, Losada, de Buenos Aires, lanzó la segunda edición, ya muy amplia, en su colección de ‘Poetas de España y América’.
El joven estudiante que en 1917 toma en Las Navas su primer contacto con la poesía, alcanza sesenta años después el Premio Nóbel: 1977. Al recordar hoy el aniversario de su gran libro, recordemos también que este otoño se cumplen diez años de su muerte: en la madrugada del 14 de diciembre de 1984. Dos efemérides en el mismo año, que bien merecen un acto de homenaje nacional.

Leopoldo de Luís

EN PÁGINA 5 DEL Nº 3 DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’. MAYO DE 1994. Y EN LA PÁGINA 6 DEL Nº 4 DE LA MISMA REVISTA DE MAYO DE 1995

Arsenio López Sánchez (*): Repoblación de Las Navas (A)


REPOBLACIÓN DE LAS NAVAS (A)

Por Arsenio López Sánchez

El rey de Castilla, Alfonso VI, después de llevar sus conquistas hasta Toledo (1085) activó desde Ávila la repoblación demográfica y la defensa de las tierras abandonadas a la vez que lograba la penetración cristiana en la cuenca del Tajo. La colonización por tierras de Salamanca, Ávila y Segovia, fue dirigida por el conde Don Raimundo de Borgoña, casado con Doña Urraca, hija del rey.

El conde facilitó la llegaba de repobladores, asentando en llanuras, bosques y campos del yermo a nuevas familias gallegas, asturianas, leonesas y vascoriojanas a quienes se asignaron tierras, pastos, pinares y alijares para su explotación. Eran campesinos libres, pastores y labriegos que fueron cambiando su primitivo asentamiento montaraz en las pequeñas aldeas del norte por otro más estable al norte y sur de la cordillera central (1), aunque de organización todavía rudimentaria, al lado de cristianos mozárabes e, incluso judíos, que ya poblaban el lugar y que conservaban los viejos moldes romanos y visigodos (lengua, religión y tradiciones)

Buscaban la orilla de un río, vados fértiles para el aprovechamiento ganadero y forestal y el abrigo de pequeñas colinas que fortificaban con torres aisladas para proteger las zonas conquistadas y evitar ataques de los reductos árabes aún no controlados o de emigrados dedicados al pillaje, con los que mantendrían frecuentes escaramuzas por el valle y la serranía en defensa de sus tierras y ganados.

Por un error de copia o trascripción del libro de Luís Ariz (2), en diversas publicaciones sobre Las Navas circula con insistencia un hecho legendario según el cual, en el mes de julio del año 1090 un pastor llegó a Ávila comunicando que una patrulla de musulmanes, capitaneados por Galafrón Alhamar, recorría los pinares de la zona y tenía atemorizados a los aldeanos. Raimundo de Borgoña envió a Las Navas a los caballeros abulenses Fernán López Trillo y Juan Martínez de Abroxo quienes dominaron a estos musulmanes tras una serie de refriegas, les hicieron huir y traspasar la frontera del Tajo, y devolvieron el ganado a los vecinos.

Con esta leyenda o tradición intenta demostrarse el comienzo de la repoblación de Las Navas con la existencia de dos navas en el siglo XI, que tras este suceso quedarían fusionadas en la primitiva aldea que dio origen a lo que es la Villa actual.

Debemos aclarar que tanto el cronista Ariz como el historiador abulense Martín Carramolino (3) mantienen dicho relato, pero no referido a Las Navas, sino a otros lugares de Ávila. Así, cuando se cita el paso de la cuadrilla por la ‘primera nava’ se alude, sin duda, a San Juan de la Nava, tras atravesar la sierra Paramera, y al referirse a ‘las dos navas-fondas’ se alude claramente a las aldeas de Oyofondo y Oyoquesero, nombres de los actuales Burgohondo y Hoyacasero, camino, a su vez, del puerto de que se nombra en el texto, que podría ser el Puerto del Pico, en ruta hacia Talavera y el Tajo.

Por lo tanto la repoblación de Las Navas no pudo depender de esta anécdota guerrillera, aunque es posible que hubiera un primer asentamiento de rústicos poblados en la vaguada de la Poveda y en la zona abrigada de la Retuerta que permanecieran muy aislados y dedicados al pastoreo durante largo tiempo, pues la colonización de Las Navas no tendrá lugar hasta finales del siglo XIII. En estos lugares se han observado enterramientos de carácter mozárabe, uno de ellos conocido por la tradición popular de la Villa como sepultura del moro.

La movilidad o trasiego de gentes durante la repoblación castellana cobró importancia a partir de los siglos XII y XIII, con la formación paulatina de las villas y aldeas. El territorio de Las Navas debió de experimentar un asentamiento muy lento, pues ‘al mediar el siglo XIII, los núcleos de población estaban muy repartidos y muchos se asentaban en las tierras más fértiles, dejando grandes volveros ocupados por páramos, por monte alto o bajo, o por pinares’ (4). En el actual espacio comprendido entre las laderas de Guadarrama, El Espinar, el Alberche, Robledo y Campo Azálvaro, la repoblación se fue retrasando debido muy posiblemente a la hostilidad del clima, a la espesa vegetación y la falta de caminos, pues en el siglo XIIera una tierra abrupta y salvaje, plagada de bosques y matorrales, fieras y venados, lo que contribuyó a que su auténtica colonización no comenzara hasta finales del siglo XIII y comienzos del XIV, mediante la cesión por al Comunidad de Villa y Tierra de términos de muchas navas para su explotación forestal y ganadera’ (5).

Arsenio López sánchez

TOMADO DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO', PAGS. 7-8, Nº 3. MAYO DE 1994

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(*) La bibliografía al final, es decir en la segunda parte del artículo

ARSENIO LÓPEZ SÁNCHEZ: 'Configuración de la Villa' (B)


CONFIGURACIÓN DE LA VILLA (B)

Por Arsenio López Sánchez

En torno al año 1240, el territorio abulense pierde su carácter fronterizo para convertirse en zona de retaguardia, de modo que en previsión de nuevas incursiones militares y correrías devastadoras de pueblos y cosechas, se erigen fortificaciones y almenaras en los altozanos. El torreón del castillo de Las Navas muy bien pudo ser una torre-vigía levantada sobre un risco estratégico a cuyas ruinas se adosaría el resto del edificio en el siglo XVI. Su diseño y sillería muy rudimentaria, con algunas aberturas y troneras sobre la misma roca, denotan que es construcción muy anterior al castillo.

Fernando III el Santo (1217-1252), tras unificar los reinos de Castilla y León, promueve el avance sobre Andalucía y la repoblación del valle del Guadalquivir, lo que provocó la disminución de efectivos humanos y el descenso económico de algunas comarcas castellanas ante la atracción ejercida por las tierras andaluzas y, en consecuencia, la necesidad de poblar nuevas aldeas.

Su hijo Alfonso X (El Sabio) promulgó desde Segovia en 1256 la Carta Fuero de Ávila y de sus villas y aldeas, por la que otorgó privilegios, donaciones y exenciones tributarias al estamento eclesiástico y a los caballeros que participaron con sus cuadrillas en la reconquista de territorios. En 1275, teniendo el rey conocimiento de aldeas, ‘las quales eran menguadas de tierras y que no tenian cumplimiento para labrar sus panes’, encomendó a los abulenses Gil Blázquez Dávila de la casa de Villatoro, a Hernán Lián y a Don Iñigo, ‘que fuesen a poblar Las Navas de Ávila y repartiesen heredamientos donde pudiesen labrar, e hizieren merced a cada uno de lo que hubiere menester’ (Ariz, pag. 266).

De forma que, hasta finales del siglo XIII, no comienza a configurarse la aldea de Las Navas. La documentación de la Casa Ducal de Medinaceli recoge en 29 legajos datos suficientes para la historia de la Villa, desde 1290 hasta 1906, y señala que las concesiones de la carta-privilegio del rey Sabio se ordenaron guardar y cumplir en todo tiempo según cédulas reales de Fernando IV el Emplazado (1295-1312), Enrique II el Doliente (1390-1406) y Enrique IV el Impotente (1454-1474), concesiones que fueron confirmándose a través de la línea sucesoria de la Casa de Villafranca y Las Navas.

Sí podemos advertir cómo la convivencia vecinal entre repobladores serviría para trasmitir modos de vida, trasplantar costumbres y adoptar denominaciones locales. Los nombres Alijar y Atalaya, lugares de los alrededores, son de origen árabe y bien pudieron encontrarse en el lenguaje común de los repobladores, o imponerse por mozárabes en contacto con grupos musulmanes. En Las navas también encontramos topónimos como Pajareros, Regajo, Retuerta, Poveda y Fituero, que corresponden a pequeñas aldeas del valle del Duero y la Rioja, posibles lugares de procedencia de repobladores. Resulta curioso observar que los cuatro primeros aluden a hondonadas o vados abrigados del terreno y de fácil asentamiento, mientras que Fituero representa un punto estratégico de defensa y vigilancia.

Entre las cuadrillas repobladoras y caballeros abulenses que recibieron, además, villas y heredades por sus hechos de armas al servicio del rey, estuvo la de Esteban Domingo, quien en su escudo de armas hizo campear los trece roeles o bezantes que hoy figuran en la heráldica de Las Navas del Marqués.

Arsenio López Sánchez


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Bibliografía:

(1) Valdeón, J. (1982): Aproximación histórica a Castilla Y León. Ámbito, Valladolid.

(2) Ariz, L. (1607): Historia de las grandezas de Ávila. Martínez Grande, Alcalá de Henares. Edición facsímil de la Caja de Ahorros de Ávila, 1978.

(3) Carramolino, M. (1872): Historia de Ávila, su provincia y obispado. Librería Española, Madrid.

(4) González, J. (1974): La Extremadura castellana al mediar el siglo XIII. Hispania, pag. 127.

(5) Represa, A. (1983): El Pendón de Castilla. Ámbito, Valladolid.

ESTE ESCRITO APARECE EN LA REVISTA ‘Caminar Conociendo’, Nº 3, PÁG. 8. MAYO DE 1994