sábado, 20 de enero de 2007

¿Ben Gabirol?: EDADES DEL HOMBRE

Tenga el hombre presente que ha venido
del polvo, como cuanta vida encierra;
que al fin en tierra es convertido
todo aquello que viene de la tierra.

¡Vive y prospera! dicen al infante
que el primer lustro alcanza, ya entre risas
creciendo, como crece el rutilante
sol matutino entre olorosas brisas.

Ya plácido durmiendo en dulce sueño
sobre el túrgido pecho de su madre;
ya travieso, llorando, o ya risueño,
caballero en el cuello de su padre.

Al yugo abrumador de la doctrina
¿por qué obligar al niño de diez años?
De prisa, ¡ay!, bien deprisa la mohina
ciencia vendrá del mundo y sus engaños.

Habladle con cariño y con dulzura,
que amor con el castigo reconcilia;
pues solo hay en el mundo una ventura:
la que el niño disfruta en su familia.

¡Qué días de deleite y de poesía
los del joven, que veinte primaveras
hacen ágil de cuerpo y fantasía
más que el corzo que salta en las praderas!

Ni a consejos atiende de censores,
ni le prenden razones en sus lazos;
cadenas, solo encuentra, aunque de flores,
de casta virgen en los tiernos brazos.

A los treinta en las redes cae luego,
que femeninas manos le han armado:
pues mientras todo le parece un juego,
se ve, sin saber cómo, ya casado.

Casado y maniatado, sin apresto,
cual a lluvia de flechas, día a día,
a caprichos y gustos se halla expuesto
de la esposa y los hijos a porfía.

Activo y resignado, a los cuarenta,
firme en su puesto, humilde en sus deseos,
bien o mal, con su suerte se contenta,
ilusiones dejando y devaneos.

A los cincuenta, con pesar profundo,
volviendo hacia el pasado tristes ojos,
no encuentra en los encantos de este mundo
sino quimeras, lágrimas y enojos.

Que os diga el que a sesenta inviernos llega,
como en hielo se mudan sus ardores,
como su sangre a circular se niega,
como achaques le cercan y dolores.

Mezquino es cuanto engendra y miserable,
ni rama ni raíz echan sus obras;
de la vida en la lid incontrastable
auxilio no le dan, sino zozobras.

Si sus años dilata hasta setenta,
ni oído es su dictamen ni acatado;
es para amigos carga violenta,
para si mismo y para su cayado.

Sin memoria, sin ojos y sin dientes
quien a ochenta arrastró su pobre vida,
escarnio es de vecinos y parientes,
su vino es de hiel, ponzoña es su comida.

¿Y después? ¡Ay! la vida ya no es vida,
la luz del sol se muda en noche oscura,
y aunque el triste entre vivos aun resida,
ya abierta ve a sus pies la sepultura.

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¡Feliz del que, sin quejas ni protestos,
haciendo el bien, pasó, como extranjero,
por este mundo, con los ojos puestos
en el otro más alto y verdadero!

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