sábado, 30 de diciembre de 2006

José Mª Amigo Zamorano: Cuento con epílogo


por José Mª Amigo Zamorano

En la cima de la vida, la muerte,
compañera inseparable,
canta desplegando su negro confalón
para desesperación del Oropel.


Érase una vez una avecilla que decidió pintar de oro sus trinos para que no se perdieran en el Viento, inutilmente.

Cada vez que trinaba salían de su piquito hebras del fino metal (bueno, algún que otro coagulillo amoratado o sanguinolento distorsionaba, enriqueciéndola, la obra del sensible trinador)

--No siempre es uno genio -se decía complacida.

--Además -añadía- sería muy aburrido.
A veces paraba para ver su obra y exclamaba:

--¡Qué bien canto! Esplendentes reflejos cortados por los colores morado y sangriento de los coagulillos adulaban al creador.
Fue pasando el tiempo: tiempo inexorable, tiempo inmisericorde, tiempo cruel. Y con ese transcurrir del tiempo las hebras aumentaron hasta llegar al techo... Y cansada, enredada en su propia labor, y taponada la entrada, se asfixió.

Y dicen que camino del camposanto al Silencio se encontró y que Él no le dijo y que Ella nada le contestó.

EPÍLOGO:
A la primavera siguiente otra avecilla anidó muy cerca de ese lugar... Y este es el cuento de nunca acabar.


('Caminar recordando' a Eugenio Cabo López, lector impenitente, amigo de la biblioteca y de la revista (a cuya composición ayudó en numerosas ocasiones) donador de libros que se nos fue con el frío y la nieve para siempre, definitivamente ¡descansa en paz, amigo Eugenio!)


(ESTE texto APARECE EN LA CONTRAPORTADA DEL NÚMERO 5 (julio de 1996) DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO')

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