viernes, 28 de octubre de 2011

Kurt Lütgen: África, Freetown y un negro algo chocante (*)

Sierra Leona, bueno, no quisiera decirlo tan claramente, pero me decepcionó, ya que tenía idea de disfrutar siguiendo las huellas de mi viejo amigo Charles Johnson. En mi opinión, Freetown carecía de gran influencia africana. Sus habitantes de color ni siquiera eran árabes del todo y lo que es peor, trataban de imitar a los europeos. Un negro vestido con camisa y pantalones, incluso aunque estén limpios y sin andrajos, me resulta de por si chocante. Pero si encima te habla como me ocurrió a mi varias veces en Freetown con un puro en la boca y los brazos metidos en los bolsillos hasta el codo. en lugar de demostrarme con esto seguridad y progreso, da pruebas evidentes de sentirse inseguro e incluso acomplejado y por eso no se atreve a ser tan amable como lo son los bosquimanos y caníbales en el interior de Gabón.


En realidad, lo único verdaderamente africano de Freetown era el ruido. En mi vida había oído tanto ruido por metro cuadrado. Si se tiene ocasión de experimentarlo por primera vez en un día de mercado, lo primero que se le ocurre a uno, es pensar que va quedarse sordo inmediatamente, a menos que a tiempo haya echado ya a correr a toda velocidad.


¡Pobre del que en África no sea capaz de inmunizarse contra el ruido! Desde un principio hay que acostumbrarse al exceso de ruido y de los insectos. No hay cosa que mas chocara de África que su propio silencio, tan extraño. Cuando nada ni nadie lo turba, es mucho mas intenso y escalofriantes que el de cualquier lugar de la tierra, quizá con excepción de las regiones polares. Lo que los europeos occidentales llamamos tranquilidad, allá no existe mas que entre las diez de la mañana y las cuatro de la tarde, es decir, durante el rato en que el implacable sol tropical obliga al reposo. Parece como si el silencio resultara insoportable al indígena africano.

Creo que solo en voz alta es capaz de pensar. Cuando varios africanos trabajan conjuntamente solo se les oye de lejos. No es precisamente porque se aconsejen unos a otros. No, cada uno de ellos se hace consideraciones a si mismo.  se da ánimos y expresa su opinión en voz lo mas alta posible sin hacer caso alguno a lo que su compañero hace o dice.

Cuando un africano va por la selva, habla con tanta fuerza y expresividad, que el que oye aquello por primera vez no puede dar crédito a sus ojos cuando de repente surge solo entre los árboles. Uno espera encontrarse por lo menos a tres.


A mi me parece que esta satisfacción que experimenta al hablar obedece a dos motivos. En primer lugar, estos monólogos quizás suplan la falta de escritura: conozco a muchos europeos que aclaran sus ideas cuando las vierten sobre el papel; y en segundo lugar, el africano, cuando está solo, sostiene largas conversaciones con espíritus, con su espíritu protector y con las almas de familiares y amigos difuntos. Muchas veces he podido observar cómo un hombre, estando junto a un fuego entre dos arbustos, dice en voz alta:

-¿Recuerdas esto todavía, madre?

Es decir hablaba con un espíritu cuya proximidad sentía o deseaba.


El silencio relativo a las horas del mediodía desaparece de nuevo con el ruido del atardecer y va en aumento a medida que avanza la tarde, ya que los nativos recurren a sus instrumentos musicales.
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(*) ('Aventuras en Africa. Por tierras de antropófagos y gorilas'(1) de Kurt Lütgen; páginas 55, 56 y 57; Barcelona, Madrid, Editorial Noguer, 1975)

(1)  (El libro 'Aventuras en Africa' de Kurt Lütgen es en realidad una biografía de Mary Kingsley tomada de los libros por ella escritos. Es un libro para jóvenes, para jóvenes de hace 40 años. No tiene mucha emoción, la verdad. Y como no sabemos alemán no podemos achacárselo al autor o a la traductora, Mª Pilar García Lillo. Pero tiene algún que otro acontecimiento de la vida de la aventurera inglesa reseñable)

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