miércoles, 13 de mayo de 2009

De magreos, meneos y toqueteos; de la jodienda que no tiene enmienda -2- (*)

2ª. Eufrasio Cascante. 1938


Tomado de: http://senocri.blogcindario.com/2009/05/00257-manuscrito-a-monsenor-urbano-tallaferro-b.html

a) Descripción:

Eufrasio, monseñor, con quien tanto porfié de cadencias y pies quebrados, me unía esa menesterosa sensibilidad del letraherido, del poeta en ciernes, al cual la fama de otros vates lo anega a veces en suspiros de impotencia, a veces en insanos arrebatos de ira, cuando no en el pútrido pozo de la envidia.
Compartíamos una misma devoción garcilasista y rendíamos tributo en aquellos líricos balbuceos a la sílaba contada y a la rima consonante, y solíamos enviarnos a escondidas nuestros versos en un mudo torneo literario que encendía los espíritus y templaba nuestra tendencia al alejandrino, que aunque en demasía plateresco y rimbombante, carecía de ese austero comedimiento castellano del endecasílabo, pináculo de la gloria de la métrica hispana.
Pero eso fue en los tiempos novicios de latines recitados, que luego los malos consejos y lo turbulento de la época enardecieron a mi amigo y lo empujaron hacia otras lecturas mucho menos provechosas.
Corrían los años treinta y, ya ordenado sacerdote, Eufrasio se entregó con denuedo al estudio minucioso del epistolario paulino, si bien no abandonó su querencia de bardo aficionado y frecuentó con demasía los mediocress versillos que medraban en aquellos años republicanos, ocurrencias de novadores jovenzuelos y arrogantes, muy rojos y ateos en su mayoría. Dadaismo, Ultraismo, Futurismo, Surrealismo... toda esa barahunda modernizante embutía mi fogoso amigo en sus versos, sin dejar por ello de profundizar la palabra de San Pablo y publicar muy eruditos trabajos en sesudas revistas de escasa tirada.
Recitaba de corrido Eufrasio largos párrafos de las epístolas, en especial de las primeras a Corintos y Tesalonicenses, aunque tras el inicio de la guerra, nuestro traslado a Burgos y su malograda operación de fimosis, comenzó a obsesionarse por cierto versículo, aquel que dice: '... no por la amputación corporal de la carne, sino con la circuncisión de Cristo'; Colosenses 2, II, como usted recordará, monseñor.
Obcecado, dábale vueltas y vueltas a las santas palabras mi atormentado amigo, y entendiéndolas torcidamente, dio en creer que lo que el cirujano marró podrían solventarlo su pericia y su fe.
Desde entonces, no cesaba de fatigarse el prepucio a cualquier hora para alcanzar la divina circunscisión paulina, y corrían rumores entre acólitos y monagos sobre si no serían purgaciones o ladillas, y que dónde y cómo habríalas adquirido.
Y con tanto manoseo, monseñor, contrajo Eufrasio fatalmente la nefanda depravación onanista, menos por vicio que por creencia, pues lo único que lograba con sus inocentes manejos eran obscenos desperdicios solitarios. ¡Qué lejos, amado padre, de la artesana concupiscencia de Genicio, otro de mis penitentes antologados!
Muchos fueron los poemas dedicados por Eufrasio a esta práctica degenerada. Con estas líneas le envío un ejemplo de los mismos de su época, que él denominaba, acaso cándidamente, vanguardismo de epístola mojada.

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b) Poema sin título

Con lascivia cadencia, cual hierofante infernal,
evocaba arcanos dictados oraculares,
codiciaba el espolón con gravedad saturnal
susurrando atávicos goces reverenciales.
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Avivaba su espalda, planicie remansada
ofrendada a sacrificios blasfemos,
a liturgias perversas nunca holladas,
los reflejos azufrados de las tentaciones
augurando un ansiado ceremonial
propicio al hallazgo de la umbría oquedad,
gruta angosta entre sinuosas colinas
de lujuriante y misteriosa fronda.
^
Celaba esquivo ignotos deleites impíos,
hurtaba el frenesí de la serpiente...
mas el diabólico abismo al fin sucumbió
a los fieros embates
del voraz cartílago palpitante,
ingurgitado en su tensa plenitud hiriente.
^
Delirios arrebatados por un ritmo feroz
de lúbricos tamtames,
atravesados por el hierro ardiente
de la enajenación placentera
laceraban mi carne atormentada.
Astros erráticos,
cometas agónicos
se derretían en acantilados
de lava incandescente.
Se destilaba en la siniestra hondura
de las ciegas entrañas
una secreta linfa
abocada a la espuma del éxtasis.
^
Del impuro arrebato
emanó exuberante
entre ayes desmesurados
el fatítico licor.
^
Rota la ensoñación quejumbrosa
restregaba pecaminosamente
contra las sábanas que me cubrían
mi vientre pegajoso, anegado
de savia estéril, sin finalidad.



(continuará

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(*) Título e ilustraciones nuestros. La ilustración tomada de: http://bajoelsignodelibra.blogspot.com/

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