lunes, 7 de mayo de 2007

Iswe Letu: Me Voy a los Valles

me voy a los valles
--"¡Ayúdenme, muertos del cielo, ayúdenme!" -su voz sonó de roca en roca.

Los rayos del sol se cristalizan. Paranse las hojas de los árboles.
El leopardo se detiene. La culebra se enrosca. Enmudecen los pájaros.
Las ardillas, con increible ferocidad, trastornadas, se muerden.
Los monos, saltan de rama en rama chillando enloquecidos,
se agreden mutuamente como enemigos en un hogar absurdo...

--Me voy decidida a los valles del Ruvubu: ese es el nombre de mi río. Tengo calcinados los cabellos por el calor de los años; y mis insignificantes nalgas huyen hacia mis muslos, como rápida pendiente hacia el barranco.

--Dije, para mi misma -no sé por qué- que cacé un cerdo y lo que cacé fue una hoja seca... ¡Ay, Alá, el Misericordioso!, en el rango de acémila me coloca la esclavitud...

--Y ya hablo sóla... Y marco mi paso al paso de las vacas... Y voy como ebria por las gargantas del Gihanga y del Kibuye, contemplando los distintos riachuelos que van saltando de roca en roca; su sonido hace eco en las paredes rocosas que me rodean, envolviendo mi caminar...

--Pronto llegaré, como ellos, a las orillas del Ruvubu... El rugido de su caudal, violento y rebelde, siempre acompañó mi soledad... Espero que ahora no me desprecie...

--Tan sólo tengo un vestido, raído por demás, para teñírmelo de índigo, ¡doble amanecida!, como una jovencilla. Pero soy una anciana de cabello blanco que recuerda llorando su juventud, ante las hojas caídas del bosque...

--Lloro ahora que ya no tiene remedio lo que he hecho, pero... Me dio tanta rabia el haber sido el hazmerreír de todos... Rabia que no pude contener cuando me negó lo que todo el mundo conocía, menos yo, la interesada... Y... ¡zas!, le rebané el cuello con la navaja de afeitar...

--Toda la vida sufriendo. Y, como quien dice, toda la vida llorando... Aun recuerdo que lloré de rabia y de hambre, ya siendo niña... Sobre todo aquel año de sequía, cuando él, el amo, me robó el cerdo que con tanto esmero había criado por estas riberas del Ruvubu...

--Y después con halagos, zalemas, carantoñas, mimos... Y con amenazas... Me atrajo a su lado... Y me obligó a hacer cosas que yo no quería... Luego me fui acostumbrando a sus deseos, a sus manías...

--¡Ah, sus manías!... Una de ellas era la de estirarme los pechos, tensándolos, para afilar en ellos la navaja con que se afeitaba, ¡como si fueran cueros!, ¡maldita sea!... Lloraba de dolor... No me oponía por miedo a que hundiera la navaja en mi pecho y... también porque, ¡el cabrón!, me los acariciaba y los besaba y los chupaba después... y eso... me producía... un placer... casi infinito...

--A veces, al pasar la navaja, me cortaba y el dolor permanecía conmigo varios días; otras, la herida, no solo me dolía, se infectaba; supuraban mis pechos y, como no podía lamerlos, me pegaba, ¡maldito!...

--De todo eso hace mucho tiempo... hasta que hoy me lo encuentro en la choza, en la mía, con una de las mujeres de su harén, la más joven... Y me agarró los pechos, riéndose, sin duda porque ahora se parecen a piras de secas carboneras, ¡se habrá visto él en el espejo!, y se puso a aguzar la navaja, como antaño, con ellos y...

--Yo me reía también, con mi risa hueca, delirante..., en mi boca desdentada, de vieja pelleja... Pero me sentí humillada y rabiosa... Y le pregunté por lo evidente, por lo que todas las gentes ya sabían... menos yo... qué si había estado con ella, otras veces, en mi choza... y lo negó ¡el muy falso y traidor!...

--Y pasó lo que tenía que pasar... Y lloro, si, lloro, aunque no me arrepiento de nada... Contemplo, desde estas alturas, tus valles, Ruvubu. El sordo rumor de tus aguas rebeldes mece mi decisión.

--"¡Ayúdenme, muertos del cielo, ayúdenme!" -y su grito dolorido hace quebrar algunas rocas que se precipitan a lo hondo hundiéndose en su cauce.

Y el leopardo se paraliza. Y la culebra se enrosca.
Y los rayos de sol se cristalizan. De pronto las hojas
de los árboles se detienen. Y callan los pájaros.
Se muerden con ferocidad las ardillas, trastornadas.
Y los monos, chillando enloquecidos, se agreden;
van por las ramas como perdidos en un hogar extraño.

Y el Ruvubu, de aguas violentas y rebeldes, la acogió, amorosa y brutalmente, en su regazo.

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