martes, 20 de octubre de 2009

Frans Eemil Sillanpää: La Guardia Roja en Acción (*)

Frans Eemil Sillampää: La Guardia Roja en acción (*)
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Reinó luego noviembre en el ancho mundo cotidiano. Hubo aplacibles jornadas brumosas, en las cuales las urracas permanecían en los tejados al acecho de los despojos de carnicería; el grajo, tímido primo de la urraca, revoloteaba cerca de la granja, graznando y mostrando las abigarradas plumas de sus alas. En las casas de campo, los trabajos agrícolas habían cesado casi; un mozo guiaba una carreta cargada de forraje; un campesino iba al granero. Los domésticos tenían su tradicional semana de vacaciones... Todo se desarrollaba según las costumbres más seculares.
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Pero había, sin embargo, algo nuevo. En 'Kierikka' nadie lo notaba mucho pues la granja estaba muy alejada; pero en el centro de la parroquia todo el mundo lo veía. El pueblo se agitaba de nuevo, como en la primavera, cuando las labores; pero ahora los labradores demostraban mayor actividad; habían creado guardias y hacían ejercicios militares. Un vecino de 'Kierikka' había entrado en uno de sos cuerpos de voluntarios; procedía de otro ayuntamiento y demostraba más energía que los demás. Hermanni Kierikka no tenía ningún deseo de ir a hacer la instrucción, y se limitaba a pronunciar frases vacías y banales, en las que había una buena dosis de sabiduría campesina y una ligera irritación contra los obreros en general, sobre todo contra los que iban a las reuniones; así como también lugares comunes, como el siguiente:
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-'En nuestro país la agricultura puede rivalizar con los industria'.
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Respecto a esto, los campesinos sentados en el banco nada tenían que objetar.
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Un día, en la aldea, la guardia roja desarmó a la de los campesinos, a los que trataba de 'carniceros'; detuvo a sus miembros y les obligó a jurar que no se opondrían en adelante a las reivindicaciones de la clase obrera. Pálidos y abrumados, los ricos labradores firmaron con mano temblorosa aquella promesa y regresaron a sus casas.
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En toda la parroquia les fueron recogidas las armas a los propietarios, y Kierikka hubo de entregar su viejo fusil de aguja que no había sido cargado desde hacía lo menos veinte años; los chiquillos habían extraviado el molde para fabricar los cartuchos, de forma que el viejo trabuco no servía para nada. A pesar de todo, se lo llevaron y Kierikka pronunció algunas palabras apropiadas al descolgarlo:
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-Haced el favor de devolvérmelo; acordaos de que os lo he pedido.

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-Claro, claro; así que el pueblo se haya calmado -aseguró un sastre al que gustaba mucho leer y que en su juventud había explicado el Evangelios en las reuniones de edificación moral.
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Ahora en su cabeza se encontraba llena de ideas nuevas y de reivindicaciones proletarias que incluso temblaba.
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(Frans eemil Sillampää en la novela titulada 'Silja')

(*) Título añadido

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