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Cuando muera, lavad mi cuerpo con vino color de rubí.
Sumergidme repetidas veces en esa bebida redentora.
Mas si queréis hablarme en la última asamblea humana,
tras la cual nada más ocurrirá, para que me encontréis,
sin peligro de equivocaros, sepultadme en la taberna
bajo la mirada cariñosísima de las relucientes botellas
y no en iglesias, mezquitas, sinagogas, si me queréis.
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(*) Ambos, título y versión, son nuestros.
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