Esta vez estaba sola; más sola que nunca Lo había hecho otras veces, pero siempre se había sentido arropada por alguien, por un amigo, por algún camarada, pero ahora, en su infinita soledad tenía que afrontar el reto.
Se sintió observada, y en cuanto giró la cabeza descubrió que no estaba equivocada, allí a unas decenas de metros un grupo de hombres, aparentemente desarmados, observaban sus movimientos con ojos inquisitoriales.
No le tembló el pulso, tenía que lograr terminar lo que había empezado, su orgullo femenino así se lo obligaba. En su cabeza, miles de pensamientos se agolpaban de tal forma que hacía que su cuerpo se moviera con menos agilidad. Entre las miles de ideas y recuerdos que le venían a la cabeza encontraba la fragilidad que le consumía y el valor que le faltaba. Pero, era su momento, tenía que demostrar a todos y a todo que nadie iba a poder frenarla, que lo iba a conseguir costase lo que costase.
En un descampado cercano, donde unos chiquillos jugaban a la pelota, todo movimiento se había detenido, los pequeños ahora inmóviles fijaban su mirada en ella. Decenas de personas se paraban en pequeños corros observando sus movimientos a cierta distancia, aquello comenzaba a ser una locura, todo se le estaba yendo de las manos.
No podía fallar. Esta vez no. Respiraba fatigosamente y un hilo de salado líquido corría por su frente, no debía permitirse el sentimiento de derrota. Cogió aire, y lentamente intentó poner fin a su cometido.
Tras varios segundos de angustia todo comenzó a parecerle kafkiano, el pequeño grupo de hombres comenzó a acercarse por su flanco derecho, no llevaban nada en las manos, pero las agitaban encolerizados gritando algo que no llegaba a entender, las voces se acercaban cada vez más y los chiquillos, presas de su ignorancia, o dejándose arrastrar por la marea de individuos comenzaron a señalarla con sus caritas sucias, y unos dientes que parecían querer devorarla.
Oyó sirenas, bocinas, pitidos, todo se venía abajo en cuestión de segundos,… hasta que, por fin, todo acabó, el tumulto se desvaneció y los niños volvieron a sus juegos. Ella no quería levantar la cabeza, se sentía hundida, humillada y cansada, sobretodo muy cansada. Todo había ocurrido deprisa, todo se había convertido en un tremendo alboroto. Y de pronto, todo había quedado en la nada.
Se dirigió lentamente hacia una estrecha bocacalle orientada al sur, su meta era alcanzarla antes de que cualquiera pudiera reconocer que era ella la que unos segundos antes había provocado aquel tremendo caos.
Alcanzó la esquina; se apoyó contra la pared y lloró. El aliento volvía y la dejaba respirar, sus piernas habían dejado de temblar y pudo perder sus pasos entre la multitud. Minutos después entraba en el viejo bar de siempre, miró al camarero que, cómplice, le tendió una copa de ron con un guiño de complicidad incierta, pero sin una sola palabra. La bebió de un trago y al hacer el ademán de pedir otra copa más, una voz le susurró a su espalda:
– ¿Un mal día?
Ella se giró y contestó…
--Oh! no, simplemente, un mal aparcamiento.
(*) Make Martín o M.M. es una ex alumna que tiene en su haber ya numerosos artículos publicados en la prensa. Me ha enviado este relato que acaba de publicar y, yo, José Mª Amigo Zamorano, orgulloso de ella, se lo republico.
(1) El título es nuestro