Desde una ventana del monasterio él se había visto oprimido por la inacción. Y obligado a contemplar el mundo exterior por esa abertura. Hace tiempo perdió la noción de ser. Pero últimamente movía de cuando en cuando los labios, sin cesar, como si hablara consigo mismo. En realidad estaba royendo el gusano del aburrimiento que creía vencer paulatinamente.
Lo que sus ojos vieron durante años es, sin serlo, una pared, tapia o muro siempre inamovible, monótono y aburrido, muralla vegetal que le separó o cubrió de sus actuaciones de antaño. De rostros y paisajes de una vida anterior. Que la tuvo. Olores, sabores que se le fueron borrando. Permaneció en estado de olvido. Quizás por eso no se hundió en la desesperación.
-Alguna vez, me acuerdo, me acerqué a ese abismo.
Si no se precipitó al vacío fue, quizás, ahora se da cuenta, porque la luz de la mañana le devuelve un nuevo día. Esta variación, insistente, de la uniformidad taladra durante años, como un berbiquí, la inconsciencia hasta darse cuenta de que no todo es lineal como pasillo central de monasterio. Algo quiebra el fluir sin altibajos de la rutina carcelaria. Si, carcelaria. Por que no era otra cosa.
La luz del amanecer aunque, al parecer, pasaba sin darse él cuenta, iba labrando variedades en la oscuridad de su cerebro.
Y esa rotura, ese retorcimiento de la linea infinitamente recta en la vida cotidiana donde lo tenían situado o se había colocado, vino a confirmarla un día la lluvia. Lluvia que, como la luz del día, había visto pero que, sin embargo, no penetró en la plena conciencia. Y ello a pesar de ser el lugar en que estaba enclavado el monasterio lluvioso la mayor parte de los días. Es decir, ahora se daba cuenta, resbaló como las gotas en el cristal de la ventana.
La chispa ilumina su cerebro como el relámpago iluminó el murallón vegetal. Fueron meses de sequía. Cosa rara en la región. El trueno despierta su oído sepultado de silencio. Los sentidos se pusieron alerta. La lluvia cae primero en gotas aisladas que levantan polvo entre las la hierba. El lienzo vegetal se fue cubriendo de un cendal grisáceo. Aguza vista y oído al fenómeno que se le ofrecía de improviso como si despertara, ahora, de un sueño sin sensaciones. Se fue haciendo mas intensa hasta caer a raudales. Relámpagos y truenos acompañan los chorros de agua que bajan por el cristal de su ventana. Mueve los labios royendo el último gusano del aburrimiento desde una sensación placentera. Por lo que notaba la lluvia deja limpio el cauce de las sensaciones obturado por años de líneas rectas, pasillos centrales, silencios...
Se fija primero en algo sin apenas trascendencia: la lluvia que bajada en el cristal de su ventana disolvía el polvo ocureciéndose, luego el cristal se aclara y el agua corre transparente. A raudales. Por el cristal, por las cañerías, por los canalones, por los regatos... La muralla verde desaparece como por ensalmo. De su lugar se adueñan árboles movidos por el viento. Las hojas encauzan hilillos de agua, chorros de agua. Brillan con destellos según las mueva el viento. Limpias de polvo.
Abre la ventana. Una ráfaga de viento empuja el agua dentro. Moja su cara. El gozo estalla en su ser. Le devuelve recuerdos perdidos. Se frota la cara con sus manos. Las extiende al exterior. Para que el placer llegue hasta cada uno de sus dedos.
Y de golpe sus hechos de antaño, rostros, paisajes, llenan su memoria. Cobran relieve. Volúmenes. Adquieren consistencia casi material. Risas y llantos, regocijos y temores, afluyen como la lluvia, en tromba. Atropellándose para salir al teatro de su recuerdo.
Lleno de pasado se acerca al instante presente. Sus oídos perciben, entre la floresta, gorjeos de alegría en los pájaros. La vista capta un plumaje azulado aleteando entre las ramas de los árboles.
El susurro del viento que mueve las hojas. Le transporta a la orilla de un río. Ese susurro y el murmullo del agua, recuerda, se entremezcla con las discusiones. Estaba él entre un grupo de estudiantes. Reunidos en medio de una arboleda. Era de noche. Conspiraban contra la dictadura. En secreto. En clandestinidad. Mal escogido el sitio y la hora. Mas allá de unos pocos metros no se veía nada. Mas tarde salió la luna. Las sombras de los árboles se movían. Susurro en la fronda apagado por el debate. Era primavera. Ardían los corazones y las ideas. Fuego puro. Una pausa en el debate. Se oye el canto del ruiseñor inundando la noche de luna llena. Quedan los contertulios extasiados. Las palabras se prenden ahogadas en la música del ave. La dictadura del amor teje una malla de trinos para defenderlos de la urdimbre siniestra de la represión policíal. El ave, desde la altura de su música amorosa, los advierte y se calla. En esas estaban, con sus almas prendidas en las endechas del ruiseñor, unidos en comunión individualizada e intransferible de sentimientos juveniles, puestos sus corazones revolucionarios en el amado o la amada, cuando oyen pasos que se acercan y órdenes dictadas por lo bajo que el silencio y la noche agranda. Es la policía política. Algún chivato... El ruiseñor arranca otra vez sus trinos con una música distinta, como de aviso, de alarma, de amenaza, de defensa... Los estudiantes se miran, se hacen señas, se retiran en silencio, se arrastran como serpientes. Cada uno al sitio prefijado. Tienen dos barcas. Suben. La corriente les lleva río abajo. hasta un embarcadero.
-Recuerdo el suave roce del agua en la embarcación y la estela plateada por la luz de la luna. Como si lo estuviera viviendo en este momento.
Luego el atraque en silencio. Y cada cual se pierde por entre callejas. Se confunde con el ir y venir de las gentes ajenas a su aventura. Buscan refugio en sus casas, pensiones o colegios mayores. Se aquietan. Se serenan. Leen algo o estudian. Mas tarde salen a la calle con sus cuadrillas a terminar de pasar la noche. Siempre mirando a izquierda y derecha. Por si acaso.
-El amor guardó mi libertad. Aquella vez.
En otra ocasión no tuvo tanta suerte. Lo apresaron. Lo juzgaron. Lo condenaron y pasó varios años en la cárcel. No quiere acordarse de malos tratos y torturas. Quiere saborear este momento que le ha retrotraido a un tiempo pasado. Que es suyo aunque haya estado enterrado. La lluvia sigue. Los charcos brillan desperdigados acá y allá. Lluvia fina. Las ardillas bajan de los árboles. Comen. Levantan el rabo. Bailan. Se aparean. Chillan.
Suena por todo el monasterio la llamada a la oración. Primer toque.
-Que suene.
Respira hondo. La ventana abierta le trae gotas de lluvia que resbalan por su cara. No se dejan aprisionar por la mano. Sediluyen. Y se van en todas direcciones. Se desperdigan libres si alguien quiere cogerlas. Resbalan como peces. Solo se abandonan a su voluntad. Por eso las quiere. Son libres. Para verlas aprisionadas tienen que taponarlas y en cuando advierten la apertura del orificio se desparraman por doquier. A su libre albedrío. Su poder es arrollador. Lo inundan todo. Se desbordan. Como la vida.
Se acuerda de la cárcel. Se toca el cuerpo. La vestidura le raspa como raspaba la de la prisión. Le hace daño. Se la quita.
-Fuera estorbos.
Así hacía en el penal a la hora de la ducha. El momento mas placentero. Era casi el único rato que sentía estar carnalmente vivo. Una verdadera gozada. Librarse por un rato de la celda. El agua de la ducha estaba fría. Al principio tiritaba. Unos unos instantes. A continuación el cuerpo se entonaba. ¡Que placer! El jabón y las manos recorrían el cuerpo como una amada ardorosa. Un escalofrío de bienestar corría por el cuerpo estírándolo, mientras la verga se le empinaba. Sin importancia. Allí no tenían intimidad. Se acostumbraron. Cada preso estaba a lo suyo duchándose y no se preocupaba por semejante tontería. Si acaso alguna broma. El placer intimista consistía en que no te aplastara el sistema. Que las ideas permanecieran en el pensamiento prestas para la acción. Y si había que esconderlas pues eso... Pero que uno sea libre o esclavo en su ser, eso importaba. Permanecer entero. En lo demás no tenía prejuicios. Estaban en cueros como él. La diferencia residía en lo dicho: ser libre y no siervo. En la celda corrían libres como un pájaro sus ideas. Su vida íntima intelectual. Su existencia no carnal.
Vuelve a sonar la campana. Segundo aviso.
-Que toquen las veces que quieran.
Llaman a la puerta.
-Que llamen. Ya se cansarán.
Se abre la puerta. Entra un joven novicio.
-Padre, otra vez con sus manías. Mira como está: parece un adefesio. A sus años y emporrado. No le da vergüenza.
-Ya ves, pobre novicio, a mis 85 años y aun se me endereza la alegría... Pero que te voy a decir a ti si estás siempre mustio.
-Venga, dese prisa en vestirse que ya todos los hermanos vamos para la capilla.
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Relato creado a partir de la palabra algoritmo
A: aburrido
L: labio
G: gusano
O: obligar
R: región
I: ideal
T: templo
M: masco
O: oprimido
Frase: "Desde el templo ideal de la región, él, oprimido por la inacción, casi obligado, el labio mueve royendo, masticando el gusano del aburrimiento".